viernes, 13 de abril de 2012

Injusta Venganza. Cuarto Libro. Capítulo 7: El final ha llegado.


Todo se iba quedando en cenizas. Las calles se tornaban a un tono rojizo, con escombros por todas partes y con neblina. Los gritos de las personas callaban debido a los impactos de las esferas. Jador sabía que había cambiado el transcurso de la historia y que días anteriores, debido a ello, los demás países ya habían tenido serios y graves ataques. El mundo creía que se trataban de ovnis intentando hacerse con el planeta, pero Jador sabía bien que no era nada de eso, se trataban de las esferas.

Corría, y cuanto más corría más difícil le era poder huir de los ataques. Jador perdió de vista a su familia, y no pensaba que estuvieran muertos, incluso tenía la leve certeza de que aún se mantenían con vida. En una lucha por su supervivencia, debía encontrar a su esposa Sophie e hijos, no podía dejarlos atrás y solos, mucho menos siendo él el causante de todo aquello. 

La sangre bañaba las calles y los cuerpos inertes de las personas creaban obstáculos. Jador corría todo cuanto podía, mientras que las esferas atacan sin previo aviso contra su cuerpo chocando en las paredes o en el suelo. Llego por fin a lo que hace unas horas fue su casa. Como bien pudo, caminó por encima de los escombros y piedras a pesar de las esferas que continuaban cerniéndose sobre él. Oyó un grito, un grito similar al de Sophie, inmediatamente gritó su nombre para recibir respuesta, pero no. Entonces, un zumbido grave comenzó a resonar por todo  los rincones. Jador alzó su vista y pudo ver que la esfera de mayor tamaño sobrevolaba su cuerpo y de ella emanaban más esferas de menos tamaño todas cayendo en su dirección. Jador no pudo evitar recibir el impacto de tales bombas, por lo que se agachó contra el suelo y en ese mismo instante, fue cuando vio aparecer la figura de su esposa y dos hijos en sus brazos, gritando como antes y recibiendo impactos de las esferas. Sus cuerpos quedaron quemados y yacientes en el suelo, mientras Jador notaba cómo la primera esfera le llevaba a otro mundo diferente del suyo. Así continuamente, hasta recibir el mayor impacto de todas ellas y desaparecer.

Durante unos segundos, estuvo divagando en una habitación oscura y de gran tamaño. No veía absolutamente nada, sólo oía a lo lejos los gritos de las personas, gritos desgarradores y de dolor. Notaba cómo su cuerpo flotaba en el aire, y cómo se iba movimiendo lentamente por aquella sala, hasta llegar a algún punto y parar. Notó una brisa fresca pasar por él a gran velocidad, y al instante, una extraña voz que le hablaba. A pesar de los gritos, podía oír con bastante claridad todo lo que le decía.

—Has cambiado el transcurso de la historia, has fallado.
Jador se mantuvo en silencio. No quería hablar y tampoco replicar, estaba expectante a lo que dijera a continuación:
—Veo que no podías con todo, que aquellos sueños te eran difíciles, que no pudiste superarlo. 

El chico aún se mantenía en silencio. Al momento, oyó un fuerte alarido que le hizo estremecerse y tener escalofríos, y se encendió una pequeña luz que al menos con ella, Jador podía observar quién le hablaba. Su rostro era esquelético, con extraños trozos de piel secados y adheridos al hueso y con unos ojos de iris azul claro. Jador seguía en su sitio, le era imposible poder moverse. La cara, siendo iluminada de manera grotesca por la luz, comenzó a hablar nuevamente:

—Tu vida ha sido muy larga y dura. Has pasado desde poca edad y ser discriminado por tus compañeros, a llegar a tener una familia y acabar con el mundo tú solo. La esfera jamás aprenderá.

— ¿Qué no aprenderá?—preguntó Jador atreviéndose por fin. 

—No aprenderá que debe ayudar a las personas, ¿crees que no ha ocurrido esto más veces? La esfera va a por lo más débiles, se fija en ellos, le da una mejor vida y finalmente los sucumbe en su luz para devorarlos. 

Jador tragó saliva lentamente ya que se le formó un nudo en la garganta, por consiguiente, se fijó en los ojos de aquella cara y preguntó:

— ¿Qué me va a pasar?

—Has tenido muchas suerte, chico. Todos los demás que han caído como tú, no pudieron sobrevivir tanto tiempo. Todos murieron al instante en que ella salió de sus cuerpos y los devoró. Contigo fue difícil. Te ha intentado engañar, te ha intentado llevar a otros mundos más complicados para ti para poder allí devorarte, y no lo ha conseguido, aún sigue con vida y te está atacando en lo que más te duele.

Durante un momento se produjo el silencio, luego, con una voz más grave que anteriormente, contestó a la pregunta que Jador se hizo en su cabeza:

—A tu familia.

Por un momento el corazón se le paró y no sabía qué hacer. Tenía ganas de llorar, pero no podía. Tenía ganas de vomitar, pero tampoco podía. En aquel instante estaba como atrapado en sí  mismo, sin poder moverse y menos reaccionar, sólo pensar. Después, tragando saliva de nuevo, dijo:

— ¿Qué es lo que debo hacer para que lo que más me ha hecho feliz en la vida siga viviendo?

—Deja que la esfera te devore.

Aquellas palabras fueron contundentes y rápidas. Una respuesta bastante obvia y que incluso aquella cara pensaba que Jador la tenía ya en mente. El chico cambió de dirección sus ojos, y finalmente quiso saber por qué las cosas habían sido así. Tragando otra vez saliva y esta vez más espesa que antes, preguntó:

— ¿Por qué todo me ha ido tan mal? ¿Me lo podrías explicar?

—Mucha gente tiene problemas en su vida. Estabas pasando por una fase mala, una fase que podrías haber superado, pero la esfera apareció. Ella trabajó como bien sabe. Absorbe el bien de la gente, y contigo, como ya dije, fue complicado, pero pudo en parte. Sobre todo pudo cuando comenzaste a asesinar a todas las personas de tu pasado. Como ya viste te ha engañado de todas las maneras posibles, Jador y has llegado hasta mí. Yo soy la última cosa que verás en tu vida. Estás a punto de morir y no vivirás más, ni respirarás, ni verás a tu esposa, pero por ella, por tus hijos, debes hacerlo. 

— ¿Y si no te creo?

—Soy la Muerte, soy el ser que te llevará a otra vida diferente, a otro lugar ya especial para ti. Has llegado hasta mí porque relativamente ya estás muerto, pero sólo queda que la esfera te devore, tu cuerpo ya es inerte. 

—No puedo, me es imposible. He luchado muchísimo por vivir bien, me he alejado de todo en una pequeña casa, he vivido grandes amores y pasiones, he sufrido por seres creados por la esfera… Merezco vivir por fin bien…

—Te entiendo, pero llegó tu hora, Jador. No te dolerá, por eso no te preocupes, pero sí morirás e irás a otro sitio mejor, yo te acompañaré.

Jador sabía que por mucho que suplicase o diera lástima, no podía convencer a la propia Muerte de que debía seguir vivo. Aceptando su crudo destino, asintió con la cabeza y al instante, volvió a la vida real mientras se levantaba poco a poco de los escombros donde yacía su cuerpo. Miró hacia atrás y su familia seguía en el suelo. Corrió hasta ella y les dio la vuelta a cada uno para poder verle la cara, no estaba dispuesto a que la cara de la Muerte fuera lo último que viera, debía ver el rostro de su esposa, de sus hijos, de lo que le dieron la mayor felicidad.
De nuevo el zumbido se hizo presente en el lugar y la esfera de mayor tamaño ya se puso sobre su posición. Jador alzó la vista y gritó, gritó como nunca, intentando hacer que desapareciera, que se fuera, que se largara, que aquel era su momento y no aún su hora de morir. 

Acurrucándose a los tres cuerpos sin vida de su familia, les dio un fuerte abrazo y sintió aún el pequeño calor que sus cuerpos mantenían y que poco a poco se iba esfumando. Seguidamente, dio un pequeño beso en los labios de su esposa y le dijo mirándola a los ojos cerrados: <<Te amo, mi vida, mi reina, siempre lo haré>>. 

Luego, se puso en pie, preparado para su destino, y la esfera plasmó un rayo de luz hacia su cuerpo. Poco a poco, Jador notaba cómo su piel se iba desgarrando de su cuerpo y seguidamente los huesos, todo por partes, hasta quedar una cavidad ocular por la cual, podía ver cómo su familia iba despertando lentamente y el ambiente transformándose a lo que era antaño, luego, Jador no volvió a existir nunca más. 

lunes, 2 de abril de 2012

Injusta venganza. Cuarto Libro. Capítulo 6. La vida real: El peligro es inminente


Jador experimentó una extraña sensación de miedo al saber todo aquello que estaba pasando y al percatarse que Oria, cada vez más y poco a poco, incrementaba su ira y su búsqueda. Cada paso que daba era una pequeña protección más de seguridad. Sabía más que nunca que de allí no podía salir, parece que se había sumergido en un sueño eterno del cual, vivía una intensa pesadilla y que no podía escapar de ella. Sin embargo, dentro de la misma pesadilla seguro que había escondites o refugios que le podían ayudar, pero ¿qué hacer en un mundo en el cual ya casi nada existe y poco a poco todo cae bajo el poder de Oria? Dolorosa pregunta se replanteaba Jador cada vez que oía un grito o una explosión.

Continuó paso a paso hasta llegar a algo lo más parecido y similar a lo que fue un pequeño pueblo. Todas las pequeñas casas estaban derruidas, y los charcos de sangre baño de sangre bañaban todas las calles creando pegotes en el suelo. Jador sabía más que de sobra que aquel lugar lo más seguro es que tuviera completamente inhabitado de gente, que Oria o sus secuaces ayudaran a que toda persona renegada del nuevo poder, quedara muerta. Jador continuó su paso hacia adelante y decidió llegar hasta lo más profundo de aquel pueblo por si encontraba alguna habitación en condiciones. Finalmente llegó a una pequeña habitación que no había sido completamente destrozada y que aún mantenía una pequeña cama aunque ésta estuviera llena de polvo y trozos de madera. Jador la limpió lo mejor que pudo, la destapó y se introdujo dentro de ella, esperando a que se hiciera de día y poder continuar con su caminata así sin poder estar a los ojos de Oria. 

Las explosiones aún continuaban pero cada vez eran menos intensas y su sonido más lejano. Parecía ser que se dirigían hacia otro lugar o igual ya era hora de descansar, mañana podía servir para continuar con la invasión del nuevo poder. Jador iba cerrando sus ojos, el sueño le estaba ganando en una dura batalla por mantenerlos abiertos y estar alerta ante cualquier situación.
 Unos pasos le advirtieron. Rápidamente abrió los ojos y pudo oír unos pasos que se acercaban a paso lento, a la vez que se podía notar la dificultad de estos al andar entre tantos escombros. Una sombra oscura similar a la de una capa en movimiento hizo que Jador pusiera todos sus sentidos en alerta y al tanto de que se podía tratar de unos de esos seres poseídos al completo por la esfera y que iba en su busca. Jador se tapó aún más con las sábanas, como si con ellas pudiera volverse invisible y evitar ser visto. La sombra reapareció y esta vez justo en frente de él. La oscuridad le impedía ver si había alguien, pero su olfato, incrementado gracias a un deseo realizado por la esfera, detectaba la presencia de alguien.

Durante unos segundos, Jador podía notar que su corazón latía con tanta intensidad que temía que lo oyera su enemigo y pudiera encontrarlo. El silencio le permitía oír cómo olisqueaba en busca de algún ser viviente y humano. Jador contenía incluso su propia respiración, y sabía que estaba a escasos metros de que pudiera encontrarlo y a saber qué más. Cuando parecía que no encontraba nada relevante y se marchaba, Jador suspiró suavemente intentando dejar soltar sus nervios por la boca y fue entonces cuando se dio cuenta de que lo hizo tan fuerte, que aquel ser lo pudo captar y darse la vuelta con tanta velocidad y llegar tan deprisa a su cuello con las manos, que ni apenas se dio cuenta. Con su siseo extraño y bastante audible, dijo:

—Veo que te escondes bien, ¿no? ¿Qué pensará Oria sobre todo esto? Sobre un supuesto rey que se esconde, que huye. 

—No pensará nada, me marcharé por dónde he venido y ni tú, ni nadie me lo podrá impedir.

— ¿No?

Al instante el suelo comenzó a temblar intensamente. De tal manera era aquel terremoto que las paredes cayeron a los lados y el tejado con ellas. Jador notó cómo la brisa nocturna penetraba aquel calor que residía en la habitación. Todo estaba muy bien iluminado por miles de esferas y Jador podía apreciar el rostro de disfrute y placer que tenía aquel ser por mantenerlo con sus manos al cuello y por haberlo encontrado, estaba cien por cien seguro que pensaba que con ello Oria lo elevaría a otro nivel al haberlo encontrado. 

Tan rápido como pensó en ella, Oria apareció de la nada, de entre las esferas y a un paso bastante lento, contoneando sus curvas y demostrando al mundo quién era ella. Sus ojos estaban completamente fijos en él, en ellos se notaba la intensidad de un cierto brillo por ante tal objetivo bien alcanzado. Una vez en frente de Jador, le dijo con sarcasmo:

—Ya veo que eres un gran rey, digno de ser envidiado por todos.

— ¿Qué vas a hacer ahora? Me matarás como a todos, ¿verdad?—preguntaba Jador dejando bien clara la futura respuesta.

—Sí, te mataré, pero no antes sin haber absorbido la esfera que llevas en tu interior, ¡es tan difícil!—se quejaba Oria mientras posaba una de sus manos sobre el pecho de Jador.

Oria comenzó a poner extrañas muecas, entre placer y dolor. Jador notaba cómo una extraña fuerza invisible comenzaba a emanar de su cuerpo, y con ella, toda fuerza y posibilidad de esperanza de vida.

No podía hacer absolutamente nada. Estaba perdido, sumido en aquel sueño tan intenso, perdiendo la vida que le quedaba y habiendo fracasado de aquella manera. Un rey, la única esperanza de que Oria desapareciera y de que el mundo se salvara, ¿cómo podía ser que él fuera aquel rey con el que soñó? Verdaderamente no lo era. La historia se repitió y con un motivo realmente aparente: Las esferas comenzaron a ser famosas, y ellas elegían a su portador, parecía ser que el portador se trataba de alguien fácilmente manipulable, alguien con poca fuerza de voluntad, capaz de dejarse engañar y engatusar. Como aquello ocurría, las esferas eran una fuerza mística negativa y negra. Poco a poco, los elegidos usaban mal sus poderes y hacían crear a una sola raza, la raza de “los poseedores de las esferas, los elegidos”. Pero algo pasó, una esperanza ocurrió, un rey apareció de la nada, salvando al mundo, obteniendo la mayor esfera jamás encontrada, la mayor esfera que tanto deseó Oria obtener para así poder tener el mundo a sus pies. Oria no pudo tenerla, y aquel rey ganó la batalla de su vida. Hasta hace años, cuando Jador obtuvo una esfera. Se pasó de la raya unas cuantas veces y casi acabó con el mundo por completo, pero finalmente ocurrió lo que debía pasar… Jado obtuvo la mayor esfera dentro de él, y sin embargo, la mayor parte de ella desapareció por haber sido tan irresponsable. Como castigo, volvió a revivir todo lo ocurrido y llegó a ser rey, sin preverlo, perdió todo lo que le quedaba y cualquier esperanza. Ya no era poderoso, ya no era rey, ya sólo se trataba de un muchacho que tenía una gran esfera en su interior y que Oria deseaba sacar al exterior para ella.
Los esfuerzos de la nueva reina del mundo no eran en vanos. Pero algo pasó… A punto de conseguir la esfera que había en su interior y así poseerla, una gran explosión hizo que todo se iluminara y desapareciera a la vez. 

Jador apareció en su cama, tras haberle despertado delicadamente los rayos de sol filtrados por las cortinas y tras haber recibido un beso de su esposa. Jador no podía explicarse nada, estaba totalmente confuso y perdido. ¿Oria había conseguido la esfera? Igual por ello había conseguido llegar al presente actual y por fin abandonar toda aquella historia. 

Se levantó de la cama, observó la calle y se percató de que algo iba ya mal. Al fondo, a lo lejos, en el cielo despejado y azulado, una extraña esfera gigantesca, blanca y muy brillante, atravesaba el cielo y a paso lento. Se trataba de aquella esfera que salió de Jador.

viernes, 16 de marzo de 2012

Cuarto libro. Capítulo 5: El otro lado. El caos.

Durante todo aquel día Jador aún no se encontraba bien. El sueño que vivió y el dolor del filo de aquella espada atravesando su cuerpo, no paraban de ser recordados por él sin cesar. Su rostro lo decía todo, y su estado anímico se hallaba por los suelos. No podía dejar de pensar que aquello, aunque fuera un simple sueño o una terrible pesadilla, había desencadenado en el mundo real algo que aún estaba por llegar. Igualmente, se contradecía a sí mismo para evitar creer tal cosa, pensaba que todo aquello era un sueño, algo lejano de lo real, sólo algo mental que él podía vivir como un castigo divino por haber poseído la esfera durante tantísimos años. 

Sus hijos se le acercaron y comenzaron a hablarle, pero Jador no estaba, Jador sólo oía voces en su mente, voces que citaban frases extrañas, voces con tonalidades diversas, ¿se estaría volviendo loco? ¿Habría perdido totalmente el juicio? Al no hacer caso a sus hijos, su esposa Sophie se acercó, lo agitó por el brazo y le preguntó extrañada:

—¿Qué te pasa, Jador? ¿Por qué no contestas a tus hijos?

—¿Cómo? ¿Me han hablado? No los oí, lo siento cariño…

—Niños, iros, voy a hablar con vuestro padre—ordenó Sophie.

Los dos niños se fueron de allí y Sophie, mientras abrazaba con máxima ternura a Jador, se sentaron en el sofá y le preguntó:

—¿Qué te pasa, Jador? Llevas unos días bastante raro… Quiero que me cuentes conmigo para todo lo que necesites, ¿vale?

Jador dudó por unos momentos, realmente tenía muchas ganas de que Sophie supiera toda la verdad de su vida y no aquella patética historia que inventó para parecer un chico normal con un puesto de trabajo formidable. A punto estuvo de decírselo en cuanto pegaron al timbre de la puerta. Sophie se levantó dando un pequeño brinco y dirigiéndose hacia la puerta de la casa, mientras Jador esperó y continuó pensando. Sophie dio un buen grito al abrirla, por lo que Jador salió pitando hacia ella para saber qué había pasado. De nuevo, había sido otra falsa alarma, se trataba de una muy buena amiga de Sophie las cuales siempre que se veían debían gritar como una energúmenas. 

Jador decidió salir a dar una vuelta, poder despejarse. Cogió su chaqueta, se llevó la cartera, se peinó lo mejor posible y salió por la puerta mientras Sophie continuaba en su mundo gritando. El viento y el calor del sol hacían que Jador no quisiera moverse de la puerta de su casa. En aquel sitio, donde vivía, siempre hacía buen tiempo y sin excepción alguna. Decidido pues, usando toda su voluntad, consiguió dar sus primeros pasos y seguir hacia adelante dejando atrás aquella climatología tal veraniega. 

Al paso de un rato y mientras caminaba por una calle principal, Jador notaba la presencia de algo que le seguía, pero no quería alarmarse, continuó caminando y pensó que quizá eran ilusiones suyas. Inocente de sus pensamientos, anduvo hacia delante, dispuesto a llegar a algún lugar alejado de la ciudadanía y asentarse sobre él, mientras calmaba sus pensamientos o reflexionaba. Y por fin llegó a algún lugar en concreto. Lo observó por unos instantes, y pudo darse cuenta que no había absolutamente nadie. Ante sus ojos se extendía un gran trozo de tierra sembrado de color verde claro y un pequeño riachuelo que lo recorría por en medio, mientras el viento se paseaba con pequeñas ráfagas y a la vez los rayos del sol incidían con lentitud hacia el ocaso. <<Un lugar perfecto>> pensó. 

Se sentó sobre el pequeño césped que había mientras se apoyaba sobre una columna que sostenía el gran puente. Exhalaba y expiraba aire a través de sus fosas nasales y cerró sus ojos por un momento. Con sus oídos sólo oía la lejanía de las sirenas de las ambulancias, los coches y el viento rozar su cara. Para interrupción de aquella tranquilidad, oyó un extraño crujido. Jador abrió sus ojos rápidamente y pudo observar una figura oscura esconderse con velocidad. Jador se levantó apresurado del suelo mientras se apoyaba patosamente a la columna, viró sus ojos en todas las direcciones queriendo saber qué era eso, pero no halló nada nuevo. Segundos más tardes, la misma figura apareció prácticamente a su lado, pasando sus manos por la espalda del chico y desapareciendo de nuevo. Jador dio un gran brinco y se alejó unos metros de él. Con sus ojos, pudo observar que una figura extraña, dando giros, y gimiendo, se encontraba a lo lejos. Jador no quiso mirar más y salió corriendo de allí. 

Ya en las vías públicas, cada paso que cada era una vuelta hacia atrás con la cabeza, miraba hacia todos los lados asustado sin saber qué era aquella cosa. Una risa entró por sus oídos y miró hacia arriba, la misma figura oscura lo perseguía por las calles, mientras se enganchaba en cada uno de aquellos grandes rascacielos. Jador corrió e inmediatamente alarmó a la gente de la calle. La figura corría aún más que él, mientras alzaba su cuerpo incorpóreo y oscuro por cada rincón. Jador llegó a un callejón creyendo que le llevaría a otra gran calle, pero éste era sin salida. Aquella figura cayó al suelo y lo contempló desde ahí, parecía que apenas podía mantenerse en pie y que su cuerpo era una asquerosa mezcla entre gases y líquidos sólidos. Pronto, y sin previo aviso, la figura se alzó a gran velocidad en menos de un segundo, e incluso tenía más estatura y corpulencia que el chico. Jador no sabía qué hacer, estaba atrapado y cada paso que daba, se acercaba más a la pared de aquel callejón. Al instante, el pecho de Jador comenzó a brillar intensamente y el cuerpo de aquella figura se alzó aún más. A paso lento y con cautela, la figura se iba acercando poco a poco a él, con unas garras por brazos y un cuerpo ya casi deformado por el estímulo.  Jador sabía que era su momento de morir y que lo sería pronto. Una vez que la figura estuvo ante él y a una prudente distancia, el pecho se iluminó al completo y ocasionó una fuerte explosión que hizo llevar al chico a un mundo de extrañas dimensiones, olores y colores. 

Estaba tirado en el suelo, mientras que los copos de nieve caían sobre él lentamente. Jador abrió sus ojos y contempló la inmensa oscuridad que había a su alrededor. No se oía nada. No se veía nada tampoco. Jador se levantó del suelo y comenzó a caminar lentamente a través de aquella densa oscuridad. Su corazón latía con intensidad, atemorizado por lo que hubiera en aquellas profundidades. Un alarido lo alarmó, se giró y una luz extraña comenzó a inundar aquel lugar a una gran velocidad. Jador se apartó lo más rápido que pudo para evitar ser dañado por aquella luz. Al girar, se dio cuenta que era una gran esfera, miró hacia el lado del que provenía, y se percató que había una pequeña ciudad. El chico decidió ir hasta allí pero antes de que pudiera llegar pudo observar algo totalmente espantoso: todas las casas estaban derruidas,  miles de cadáveres adornaban el suelo y centenares de sujetos encapuchados y oscuros lanzaban haces de luz a través de sus esferas. Jador se escondía a cada paso que daba, intentando no ser visto por ellos y mucho menos morir. Consiguió finalmente llegar a otro lado, pasar de aquella escena caótica y continuar su caminata hasta otra ciudad de mayor envergadura y en peores condiciones todavía. Los edificios estaban hechos escombros, la sangre pintaba todas las paredes y el suelo, además de denotar ese olor a hierro. Por aquel lugar no había seres encapuchados alzando sus esferas, no había nadie, estaba todo desértico. Jador caminaba con prudencia, con cuidado, no quería toparse con nadie, ni aunque fuera algún malherido. Un fuerte golpe lo alertó: se trataba de Oria, totalmente cabreada y destrozado el  resto de escombros a la vez sus secuaces la seguían. Uno de ellos la agaró por el brazo y le suplicó:
—Reina Oria, ¡por favor! Parad de hacer cosas, controlad su enfado.

—No puedo, ¡no puedo! Necesito la esfera del rey, necesito asesinarle y obtener todo el poder que hay dentro de él… Si lo consigo, seré la reina de todo, ¡DE TODO! ¿Comprendes? Ningún adversario, ningún peligro, solamente yo.

—Lo sabemos, pero… Sólo debéis esperar, estará por aquí cerca, ¡lo presiento!—dijo uno de ellos para calmarla.

— ¡Calla, estúpido! Continuaré en su busca, acabaré con él y con toda mi rabia, y desaparecerá de la faz de la tierra.

Jador se percató de todo el caos que se produjo por su gran fallo. Ahora no podía salir de ahí, estaba atrapado.


sábado, 10 de marzo de 2012

Cuarto libro. Capítulo 4: El otro lado. Batalla y vida real.

La batalla aún no había comenzado y Jador ya tenía todos sus sentimientos a flor de piel. Era capaz de oler la sangre de sus enemigos incluso sin haber llegado a atravesar con su espada a ninguno de ellos, pero ésa era la peculiaridad que él poseía como rey, era capaz de atacar de una manera imprevisible y totalmente veloz, llegando a asesinar con una precisión casi inhumana.
Llegó a la gran puerta junto a sus compañeros, esperando a que los enemigos la derrumbaran si eran capaces y comenzar a atacarles degollando cada uno de sus cuellos. La puerta dejó de resonar por los golpes y el silencio se hizo dueño de todos sus corazones, que no paraban de latir intensamente, la mayoría de ellos asustados, los de unos pocos, preparados. Un sonido comenzó a hacer hueco en aquel silencio, y pronto, lo hizo del todo con una explosión que pudo hacer trizas el gran portal. Con aquello, todos se daban cuenta de lo que se avecinaba y no era nada agradable. Una gran masa de esferas comenzaron a entrar y todas sujetas por los enemigos vestidos con grandes túnicas negras. Jador, como si le hubieran activado por algún sitio, comenzó a atacarlos y degollar por segundo.

Cada chorro de sangre emanada al instante y con esa temperatura, manchaba su piel blanca. Pero ese no era su objetivo, Jador estaba buscando cómo poder llegar hasta aquella silueta o eso que ocasionó que la puerta estallara en mil pedazos. Valiente, como su propia vocación le indicaba, salió afuera, exponiéndose al viento de aquel lugar invernal, y comenzó a buscar de entre todas las luces aquella silueta. 

Usando su mayor técnica de lucha, a la vez que asesinaba a sus enemigos, era capaz de observar un extraño cuerpo al fondo, un cuerpo de poco grosor y con un gran cabello largo. Como si un campo invisible estuviera, Jador chocó violentamente contra él, ocasionando una pequeña explosión que lo hizo desaparecer. Cayó al suelo blanco por la nieve, su espada se encontraba lejos de él, a dos metros. A punto estuvo de levantarse e ir a por ella, cuando dos enemigos alzaron sus espadas y le impidieron el paso.
La silueta que se encontraba a lo lejos avanzó a paso rápido hasta dónde se encontraba el chico. Se trataba de una mujer con unos rasgos finos y hermosos, un cabello que le llegaba por la cintura, liso y plateado y unos ojos verdes esmeralda. No poseía abrigo alguno, pero parecía ser que su piel le servía como tal, una piel gruesa y escamosa, plateada también. Abrió la boca, y dijo:

—Este es el rey, ¿no?

Su voz parecía estar rota, totalmente aguda y difícilmente audible. Aquella mujer alzó la mano a modo de silencio, y prosiguió por sí misma:

—Sí, lo es, lo noto en su mirada. Él es el rey y, ¿quiere despropiarme de tal poder que poseo?

Jador no abría la boca para nada, pensaba que quizá era lo mejor que podía hacer ante tal situación. Mientras, la mujer se acercó a él, lo olisqueó por un momento, y dijo:

—Mmm, parece ser que se trata de un chico joven… Sabéis que significa eso, ¿no amigos?—todos asintieron con la cabeza y continuó—. ¡A sangre fresca!

Acercó una de sus uñas bien afiladas al brazo, lo arañó y pudo apreciar la sangre tan roja y caliente que emanaba de aquel rasguño. Aquella mujer, retorciéndose de placer, pasó su fría lengua y absorbió un poco de sangre del chico. Jador decidió mantenerse quieto y callado, no sabía de quién se trataba, ni cómo podía actuar, por lo que prefirió dejar que continuara siendo ella para estudiarla. 

—Bien pues, teniendo al rey con nosotros, podremos atraer al poseedor de la esfera de este lugar y así podremos irnos a casa y continuar invadiendo lugares, ¿no? Aj, aj, aj —dijo mientras se alejaba del chico y se dirigía hacia su pequeño trono portable.
Jador se dio la vuelta para contemplar con mayor visión qué era lo que estaba sucediendo en el castillo. Ya apenas había estructura. Todo se estaba perdiendo y Jador sabía muy bien que si no sucedía lo mismo que sucedió en la vida real, toda la historia cambiaría y que el mundo podría quedar condenado para toda la eternidad. 

Su corazón latía con más intensidad al saber todo eso que podría suceder, pero decidió esperar, decidió mantenerse en la misma situación de antes para esperar a que algo pasara, un milagro, o que de verdad quien poseía la esfera de aquel lugar apareciera contraatacando a aquella mujer y la matara dejando todo intacto como antes. Sin embargo, nada ocurría. El castillo quedó totalmente derrumbado y todo muertos, la historia aún no había cambiado.

La mujer se levantó, con sus facciones totalmente distorsionadas a una mueca de enfado. Usando su peculiar voz, se quejó:

— ¡¿Dónde está?! ¡¿Por qué no ha venido a por él?! El castillo ya se ha derrumbado por completo y nadie queda vivo, ¡¿dónde está?!

—Señora…

— ¡Ah, sí! ¡Oh, no!—en ese mismo instante aquella mujer lo entendió todo. Prosiguió—. ¡Tú eres! 

Jador continuó en silencio, no sabía cómo reaccionar.

— ¡Tú eres quien debería haber atacado y haber defendido a sus compatriotas! Bueno, eso no me importa ahora nada, si estás solo, mejor para mí.

—No, no podrás conmigo, no podrás obtener mi esfera y largarte, ¡jamás!—se negó Jador.

—Ah, ¿no? Soy Oria, poseo todas las esferas del mundo, poseo tal poder que ni nada, ni nadie es capaz de enfrentarse a mí, y a ti te lo voy a hacer ver.

Oria desenvainó una larga espada casi cristalina y de gran tamaño, y a punto estuvo de atravesar el cuerpo del chico, cuando éste se apartó y quedó clavada en la nieve. Jador sabía que ése era su momento de atacar, por lo que salió corriendo a por la espada que tenía tirada en el suelo y se dispuso a luchar contra Oria. 

De nuevo espadas en el aire, e impacto entre ellas dos, notándose que la espada de Jador pudo atravesar hasta la mitad de la de Oria. Oria la desenganchó de la de Jador y atacó por debajo con intenciones de cortar sus pies, pero el chico saltó y evitó que pudiera acabar malherido. Oria atacó al frente, intentando que su espada atravesara el cuerpo de Jador, pero éste se echó para atrás y lo impidió, acto seguido, atacó a la espada por un lado y consiguió partirla por la mitad, dejando caer un buen trozo de ella al suelo. Oria, con gran enfado, consiguió introducir su espada en el pecho de Jador, sintiendo éste cómo el filo cristalino de ésta creaba una enorme cicatriz y lo atravesaba de espaldas. El frío penetro por la ranura haciendo que todo su interior quedara helado al completo y apenas pudiera moverse.
Oria dejó la espada en su interior y caminó hasta estar al frente de él. Una vez que lo estuvo, lo miró de arriba abajo y le susurró al oído:

—Ahora sabes quién soy, ¿no?

Se dispuso a poseer la esfera que había en su interior a través de la espada, pero no lo logró. Nuevamente estuvo intentándolo y parecía conseguirlo, una pequeña luz se asomaba a través de la herida, pero volvía a introducirse. Oria ya estaba aún más enfadada, su rabia era expulsada por su rostro que lo mostraba, además de sus fallidos intentos por conseguir la esfera de luz que había en el interior del chico.

Sin previo aviso, una gran explosión hizo que los cuerpos enemigos y el de Oria se expandieran hacia atrás y a gran distancia, haciendo que el chico desapareciera de aquel lugar y despertara de su terrible sueño. Estaba empapado en sudor y Sophie se encontraba a su lado con un vaso de agua y abanicándolo para que pudiera refrescarse. Jador la miró como pidiéndole ayuda, se acomodó rápidamente y la abrazó diciéndole:

—Te amo, Sophie, te amo con todo mi ser.

—Y yo, Jador, yo también te amo… No temas, estoy aquí contigo.



jueves, 1 de marzo de 2012

Cuarto libro. Capítulo 3: El otro lado. En la piel de un rey.

El sueño continuaba. Jador creía que había terminado debido a que aquella escena lo hizo y todo se volvió negro, pero no era así, simplemente se trataba de una larga pausa en la noche. Mientras se hallaba en un espacio vacío y totalmente oscuro, Jador sólo era capaz de oír una respiración lenta y profunda. Pensaba que se trataba de Sophie, que estaba a su lado pero no era para nada visible a sus ojos. 

Pronto una luz comenzó a fluir de lo más profundo de aquel espacio y era tan intensa, que pudo crecer sin previo aviso y quedar tragado Jador en ella. Apareció ante un castillo de gran envergadura, totalmente rodeado de oscuridad y un gran viento gélido que lo azotaba pero aun así de mantenía en pie. Jador, que en ese momento estaba vestido con túnicas bien gruesas y con una pequeña corona sujetada a su cabeza, caminaba directamente a la puerta de ese enorme castillo. Una vez dentro, pudo beneficiarse de todos los servicios que sus súbditos le ofrecían, a su vez, una sirvienta de la misma edad que él, se acercó, le abrazó y le dijo al oído:

—Me alegro que hayas vuelto, mi pequeño rey.
Aquellas palabras incidieron en su mente como si de un clavo sobre una madera se tratara. “Pequeño rey”… ¿Cómo podía ser que Jador en esos momentos fuera un rey y con tan poca edad? Aproximadamente podría tener unos doce años y ya era rey de aquel lugar tan frío y cristalino. 

Al momento, lo acompañaron hasta una habitación despropiándole de toda aquella ropa y corona y llevándolo todos al unísono. Una vez dentro de ella, un hombre anciano corrió con un utensilio de largo tamaño y fino, lo puso en la frente del chico y pasados dos minutos el palo seguía intacto. El hombre anciano alzó la voz diciendo:

— ¡Tranquilos, sigue sano, no es uno de ellos!

La misma chica de antes corrió hasta él y lo volvió a abrazar más intensamente que antes. Tras aquello, lo besó con deseo y pasión, chocando sus labios y colmándolos en saliva. Cuando todos se hubieron ido y quedaron ellos dos solos, el chico se acomodó en la cama y le preguntó:

— ¿Qué ha pasado?

— ¿De verdad no sabes qué ha pasado?—respondió ella con una pregunta también.

—No, contéstame, ¿qué ha pasado?

—La esfera… Oria… ¿No?

—No, ¡dime qué ha pasado!—inquirió.

—Oria se ha hecho con el poder de la esfera de los deseos, la mayor… La más intensa de todas, la “madre”. Está devastando ciudades y tú… Tú…

— ¡Yo qué!

—Tú… Acabas de volver de una batalla en contra de sus guerreros… Todo tu batallón ha muerto y tú has sobrevivido gracias a tu propia esfera. Oria ha sobrevivido básicamente porque es muy difícil poder ir hasta ella.

—Estoy perdido, no sé qué hago aquí, estoy solo.

—No, no lo estás, estoy yo aquí contigo, para protegerte y ayudarte en todo lo que pueda, como… Para servirte, simplemente tenemos una relación más cercana que tú con el resto de los sirvientes—respondió ella en modo de ayuda. 

—Por favor, déjame sólo un rato, necesito pensar en muchas cosas y en… Cómo afrontar lo que se viene encima.

—Vale, de acuerdo—aceptó con tristeza.

Jador estaba completamente perdido. ¿Cómo podía ser que en un simple sueño viviera todo aquello como si de la vida real se tratara? Le dolía todo y lo sentía como si en la piel de un rey estuviera. Decidió asomarse a la ventana y sus ojos se horrorizaron ante tal escena. Miles de esferas bordeaban al castillo pero se mantenían a una cierta distancia debido a la fuerza de un campo invisible que servía a modo de protección. Ya no era un paisaje oscuro y gélido, los alrededores del castillo estaban a una temperatura más que cómoda y las esferas lograban iluminar todos y cada uno de los rincones. 

Un temblor hizo que todos pudieran percatarse que algo peligroso se acercaba. Jador continuaba observando el paisaje. Las esferas que una vez estuvieron juntas, dejaron un gran hueco de oscuridad dejando el paso totalmente libre. Algo comenzó a acercarse, y Jador pudo darse cuenta de ello al notar una extraña presencia que no paraba de susurrar en lo más profundo de aquel hueco su nombre. El chico apenas podía distinguir bien la silueta que se colocaba ante aquel campo invisible. De repente, se pudo ver a simple vista como el campo se resquebrajaba en finas líneas azules y violetas al son que un extraño ruido metálico era producido. De nuevo se hizo notar aquel efecto y todo por causa de esa silueta que pretendía entrar. Otro más, y el tercero fue el necesario para que aquel campo invisible desapareciera por completo y el viento gélido, acompañado de aquella inmensa oscuridad y haces de luz por las esferas, penetraran llegando al castillo y provocaran temblores además de derrumbamientos.
Una risa malévola y tan aguda que casi rompía cristales, se hizo oír por toda aquella estructura. Unos guerreros entraron en la habitación y le preguntó uno de ellos bastante apurado:

— ¡Mi rey, ¿qué hacemos?!

Jador se mantuvo en silencio unos cuantos minutos y tras eso, indicó:

—Luchemos por lo que es nuestro.

Equipado con armas y con un traje especial para poder enfrentarse al frío y a posibles ataques mágicos, Jador salió de su habitación y mientras corría por los pasillos para llegar hacia las puertas, oía y veía los grandes ataques enemigos y sus efectos. Todo iba a cámara lenta para él, podía apreciar con sus cinco sentidos cómo el polvo entraba por sus ojos, cómo los escombros caían al suelo y aplastaban la cabeza del sirviente más cercano que se hallaba a su lado. Jador exponía todo su potencial para acabar con esa silueta que tanto susurraba su nombre.



domingo, 12 de febrero de 2012

Cuarto libro. Capítulo 2: El otro lado (La piel de un asesino).

Jador aún estaba sorprendido por el sueño que tuvo y no era para mucho menos, había llegado a convertirse en un niño de poca edad y asiático, a ser uno de esos típicos repartidores de esferas del deseo que permitían que el mundo pudiera cumplir sus mayores deseos. En efecto, todo eso parecía ser precioso y algo bastante acertado para todos los humanos, pero era bastante descabellado saber que si todos y cada uno de los humanos podían desear cualquier cosa, el caos aparecería sin precedentes y con él, tras una gran oportunidad de negocio, esos sujetos subversivos en contra de la paz y el orden.

Aquella misma mañana, tras haber pasado dos noches enteras sin soñar nada relevante, Jador había vuelto a despertar y todo gracias a esos haces de luz que penetraban por las cortinas finas y de seda blanca. Su esposa se acercó a él, lo besó en los los labios y le dijo con una gran sonrisa:

—A levantarse mí gran hombre, que hoy tenemos que hacer muchas cosas.

— ¿Si? Miedo me das, Sophie, miedo me das.

—No hombre, no tengas miedo, simplemente tenemos que llevar a los niños al colegio, nosotros ir a nuestros respectivos trabajos y luego terminar el día todos juntos en casita—el tono de voz de Sophie cada vez era más encantador. 

— ¡Ah, uh! Que susto me diste, guapa mía…—exclamó Jador mientras se acomodaba sobre la cama y rascaba sus ojos.

Tras aquella pequeña conversación, Jador se volvió a acostar en la cama, para descansar un poco más su cuerpo y finalmente se levantó. 

Aquel día iba todo sobre ruedas: los niños fueron gracias al autobús escolar al colegio, Sophie corrió hacia el coche para dirigirse a su puesto de trabajo y Jador se quedó un poco más en la casa para ordenar algunas cosas, y luego poder tomar su café tranquilamente.  Mientras caminaba por la calle y olía aquel olor a primavera cercana, cogía un taxi y se dirigía hacia unos estudios en la parte norte de la ciudad, en los cuales, Jador trabaja como director de la empresa, una empresa de comics. Sí, Jador ya no era nada similar a músico, ni cantante y mucho menos rodeado de aquella fama que tanto daño le hizo. Ya se trataba de un hombre normal, con gran talento para el dibujo, un buen talante como director además de líder, y una buena casa con una gran esposa y unos hijos bastante preciosos. Toda aquella historia de Jador acabó y ya formaba parte del pasado, no debía entorpecerle en absoluto en presente que tanto le auguraba un destino. 

Tras finalizar aquella jornada, volvió a la calle, cogió de nuevo un taxi y se dirigió hacia su casa. Pensaba que lo más seguro es que estuviera Sophie allí, y mejor aún, preparando la cena. La noche cayó sobre aquellos habitantes transeúntes que aún iban de un lado para otro, caminantes con un destino fijo, o quizás sin él, era parte de su filosofía, pensar en las miles de personas con las que se podía encontrar cualquier día, y recrear sus vidas y sus situaciones sentimentales además de saludables así porque sí y simplemente para fantasear un poco. Era demasiado prejuicioso aquello, sobre todo si veía a alguien con algún aspecto extraño, ya sea porque su físico fuera así, y Jador le inventara sin ton ni son alguna enfermedad o similar. Simplemente era una manera para poder distraerse mientras las calles eran eternas y las caminatas intensas. 

Llegó a su casa, abrió la puerta y vio que no había absolutamente nadie. Jador no prestó mucha atención a aquello y se dirigió hacia la cocina para preparar algo de comer. Tras eso, se sentó en el sofá de su casa y encendió la televisión, por si en algún canal había algo interesante. Una media hora después, la puerta sonó de nuevo y eran las llaves de Sophie, que regresaba a casa y le quitaba aquel pequeño miedo y tensión que Jador crió durante su ausencia. Una vez entró al salón y con sus hijos de la mano, Jador le preguntó:

— ¿Dónde estabas, Sophie?

—Estaba comprando algo bastante rico para comer, cariño—contestó ésta con un alegre tono en su voz. 

— ¡Vaya por Dios!—exclamó Jador, y continuó—. He estado cocinando algo rápido para comer, pensaba que a lo mejor vendrías más tarde así que estuve cocinando un poco…

—Aj, aj, aj, no pasa nada, Jador. Esto lo traigo para hoy, pero si ya estás haciendo algo, lo dejo para mañana, anda, continúa haciendo la comida.

Sophie siempre era una mujer alegre, con un tono agradable en su voz que incluso Jador a veces se sentía como mecido por ella. Como si su madre fuera. 

Ya llegó la hora de dormir, de nuevo, aquella noche, Jador tendría otro sueño el cual le explicaría aún más la existencia de la esfera. Conciliando el sueño poco a poco, y volviendo a aquel mundo alejado del real y de todo lo físico que pueda dañar, Jador viajaba en túneles oscuros hasta llegar a un claro blanco y allí aparecer en una escena que él tan bien conocía ya. Se encontraba en esa escena ya vista por él, en la cual, todo estaba destrozado, el suelo sembrado de cadáveres y las casas en ruinas además de grandes llamaradas de fuego dispersas. 

Él, como era previsto que pasara, caminaba bajo una gran túnica negra, mientras oía los gritos de las personas y el fuego abrasador quemar sus cuerpos. Su rostro se mantenía oculto, y sus pasos eran toscos, pero elegantes, como si de un ser alto, esbelto y delgado se tratara. A su mano derecha, se hallaba una esfera de los deseos, una de las miles o millones de esferas que se repartieron por todo el mundo. Como si un sensor tuviera implantado en su cerebro, se percató que tras él, a 100 metros, se encontraba alguien sin esfera, un humano inválido y carecido de ella. No debía vivir, no era un humano de clase alta, a esa raza debían destruirla por completo. 
 
Como si su cuerpo fuera guiado por alguna fuerza invisible, Jador alzó su brazo con el que sostenía la esfera de los deseos, y expulsó un rayo fino y alargado hasta impactar con el cuerpo de aquel humano, y quedar finalmente tirado en el suelo perdiendo de esa manera su vida. Jador quedó horrorizado ante tal escena debido a que él no estaba siquiera preparado para matar a alguien sin motivo aparente. Miró durante unos segundos el cuerpo inerte, y giró su cabeza hacia el frente contemplando aún más el panorama actual.

Se oyó una sirena. Un clamor de trompeta extraño que hizo el silencio en el lugar, haciendo que las llamara fueran las únicas en oírse a su paso por los materiales que iba consumiendo lentamente. Al momento, varios sujetos que vestían de igual modo que él, llegaban al lugar y se colocaban alrededor de su posición. Una vez finalizado aquel clamor de trompeta, todos quedaron en silencio esperando que Jador hablara. Durante unos minutos estuvieron así, hasta que uno de ellos, al parecer el más osado, preguntó:

—Mi Señor, ¿qué debemos hacer ahora?

Jador se quedó pensando y repitiendo aquella pregunta, seguida de aquel nombramiento hacia su persona, y por consiguiente respondió:

—No lo sé, ¿qué es lo que pensáis que deberíamos hacer?

Todos se quedaron pensando, mirándose unos a otros y de nuevo, el que fue osado, contestó:

—Pienso que deberíamos continuar asesinando a los que carecen de esfera y nosotros, comenzar a desarrollarnos como nueva especie humana. 

—Pues venga, adelante, yo continuaré observando este lugar hasta dar con algo muy valioso para mí—respondió Jador.

Todos al unísono, desaparecieron. En ese instante Jador puede observar que el mismo chico al que antes asesinó, continuaba estando vivo con una pequeña esperanza. Se acercó lo más rápido que pudo a él, y le preguntó:

— ¡Eh, eh, tú! ¿Sigues con vida como para hablar?

—N-no del t-todo, ¡ah!

—Necesito que me digas qué está pasando, qué ha pasado, por qué esto es así—decía Jador con un tono de irritación y de misterio.

—M-mente e-envenenadas… La esfera c-causante.

— ¿La esfera es la causante de qué? ¡Habla!—insistió Jador al momento en que golpeaba fuertemente el cuerpo del chico. Notaba cómo su mente, por la esfera y por quien se trataba que era la persona malherida, reaccionaba de aquella manera.

—La esfera es… La c-causante d-del c-caos aquí. Os envenenó… Las m-mentes.

— ¡NOOOOOOOOOOOOOOOO!—gritó Jador al momento que lanzaba otro rayo de su esfera y terminaba con la vida de aquella persona.

Aterrorizado ante tal efecto, se echó hacia atrás y contempló por unos segundos lo que había hecho. Acto seguido, lo comprendió todo. La esfera estaba actuando en su mente, y si era el jefe de aquel grupo, más aún. Esa parte de su sueño, era aquella parte que tan bien pudo observar cuando todo era un caos y seres humanos morían sin razones aceptables, la esfera se había hecho un buen hueco en la sociedad y lo estaba haciendo a sangre fría.


miércoles, 25 de enero de 2012

Cuarto libro. Capítulo 1: El otro lado.

Aquella mañana, Jador despertaba a su esposa con un gran desayuno, decorado con pequeños detalles y pétalos de flores. El ambiente que se respiraba en aquella habitación la cual estaba bien iluminada por los rayos solares que penetraban tras los pequeños filamentos de las cortinas, era bastante agradable y muy pacífico. Durante años atrás hasta ese mismo instante todo el miedo que Jador pudiera tener, simplemente desapareció. Vivía con una mujer realmente fascinante, y con la compañía de dos hijos bastante guapos e inteligentes, además de habitar una casa de grandes dimensiones y con un aroma extrañamente dulce que la inundaba todos los días. Jador era otro, era otro hombre, un hombre que pasó por miles de situaciones y que finalmente consiguió lo que quería, vivir medianamente en el anonimato y llegar a ser una persona más habitando este planeta.

Sonrió totalmente feliz ante la fascinante mirada que su esposa le echó al recibir aquel desayuno como primer regalo por aquel día tan especial para ella. Cumplía 32 años. Jador estaba dispuesto a darle uno de sus mejores días, siendo en la calle o en la casa, pero sobre todo, que fuera familiar y alegre, feliz. Sophie engulló las tostadas y la taza de café de una manera sorprendente, jamás Jador vio una cosa igual por parte de ella. Al terminar, sus hijos los esperaban abajo, sonrientes, sentados en el sofá y con un regalo en sus manos. Sophie, mientras echaba su pelo hacia atrás, le daba dos enormes besos a sus hijos y a continuación, abría los paquetes de regalo como si de una niña pequeña se tratara. Un radiante vestido, con pedrería brillante por los hombros, de un color blanquecino y por la parte trasera constituida por hilos como si de medio corsé fuera, pudo abrir y quedar sorprendida. Sus ojos brillaron de intensidad, y al momento, salió pitando hacia el cuarto de baño para probárselo. Jador acudió hacia sus hijos y les acarició el pelo como modo de agradecimiento por ser ellos quienes se lo dieran. Ipso facto, Sophie salió del baño con él puesto, con unos pasos casi de modelo mientras caminaba por el pasillo principal de su casa. Deslumbraba como nunca, incluso sin estar peinada y maquillada, le quedaba el vestido como anillo al dedo. Su esposa corrió hasta él y le besó intensamente a la par que se abrazaban.

Más tarde, casi a la noche, Jador ya había llamado a una niñera para que él, junto con su querida esposa, salieran para estrenar dicho vestido y terminar de celebrar aquel día tan especial para ellos dos. Y en efecto, aquello pasó. Salieron a cenar a un restaurante, y todo eso para Jador era una vida normal  y corriente, simple, quizás algo aburrida a veces, pero agradable y con tranquilidad, sin ningún miedo, con esto Jador se sentía tremendamente bien, como si de un pirata al descubrir un tesoro se tratara.

Al terminar y estar de regreso en casa, los dos pasearon en aquella noche de verano, a la luz de la lumbre y abrazados por la oscuridad. Solos, en su propio mundo y nadie más. Ya se aproximaban a la casa. Abrieron la puerta de la calle con las llaves, y acto seguido, se dirigieron hacia una pequeña esquina en la que jamás pasaba nadie y que la oscuridad les ocultaba de los ojos ajenos. Sophie comenzaba a besar a Jador de manera intensa, tocando todo su cuerpo y rasgando su ropa para poder palpar su piel. Jador hacía lo mismo pero centrándose principalmente en agarrar una pierna y con la otra mano, tocar los pechos de ella. Sabía que no se podía hacer eso, pero querían, lo deseaban, eran dos niños pequeños experimentando en un lugar público, siendo víctimas del morbo. Sin hacer mucho ruido, y evitando cualquier gemido, los dos pudieron se pudieron liberar sexualmente, haciendo que aquel día terminara mejor que bien y Sophie tuviera un cumpleaños que jamás pudiera olvidar.

Llegaron ya a la casa, vieron que sus hijos estaban dormidos, pagaron a la niñera y se dirigieron hacia sus habitaciones. Tras desvestirse, cepillarse los dientes y darse las buenas noches, fue cuando Jador volvería al pasado, cuando Jador, que estaba viviendo un presente realmente precioso, como en un sueño, volvería de regreso al pasado y se enfrentaría a una de las peores y últimas etapas de su vida. Si aquella noche no hubiera cerrado sus ojos, podría continuar con su esposa, y con sus hijos, y si aquella noche no hubiera cerrado sus ojos para introducirse en sus sueños y llegar a ese mundo particular, Jador jamás habría sufrido lo que le quedaba por sufrir y simplemente haber vivido con Sophie y sus hijos hasta morir.
Bien pues, la vida del chico o mejor dicho, hombre no era tan genial ni tendría un final tan favorable y merecedor. No era normal que la esfera desapareciera sin más y mucho menos que una gran bola brillante y blanquecina, viajante del universo, apareciera ante sus ojos y luego se esfumara, no era nada normal, y por ello alguna explicación debía tener.
Jador cerró sus ojos, mientras que la habitación estaba a oscuras y podía tocar el cuerpo de su mujer para así conciliar un mejor sueño. Todo se iba apaciguando, todo se iba calmando, silenciando, apagando… Todo se iba alejando del mundo real, pasaba por la fase rem y llegaba al mundo de los sueños, ya fueran pesadillas o no.

Jador despertó. El aroma a una salsa extraña, como oriental, más el calor del arroz recién hecho, le causaron tal efecto. Sus ojos pudieron observar que la habitación en la que se hallaba era totalmente de madera, muy pequeña y con el aire demasiado condensado. El idioma que oía le era totalmente familiar pero notaba una cierta diferencia. Al momento una mujer oriental entró por la puerta y con dos cuencos de arroz mientras que el vapor se iba alejando del plato poco a poco. Jador se dirigió hacia un pequeño espejo que había al fondo del lugar, y pudo percatarse, para su sorpresa, que se trataba de un niño oriental, con una buena barriga y una papada que le impedía ver el cuello, además de unos ojos rasgados y una cabeza rapada. No entendía absolutamente nada, no sabía qué estaba pasando, pero decidió continuar con ese sueño, a ver qué pasaba.
La mujer oriental volvió a entrar, lo cogió, lo besó en la mejilla y poniendo una cara casi inapreciable debido a su tamaño, a los ojos rasgados y a la expresión de afecto, lo sentó a su lado y comenzaron a comer con los palillos. A la vez que el chico no entendía nada, era capaz de hablar en el mismo idioma y de comer con esos utensilios sin ningún problema, como si de toda la vida hubiera sido oriental.

Al segundo día de aquel sueño, Jador despertó con un extraño ruido y un fuerte temblor que hacía mover su cama. Aquella mujer, que se suponía ser su madre, acudió en su búsqueda de inmediato, y lo sacó afuera de la casa para evitar cualquier daño físico. Jador pudo apreciar el lugar: era un pequeño pueblo, con diversas casas de muy poco tamaño, todas similares a las que tuvo en ese extraño sueño en el cual aparecía aquel ser, además de extensos campos y bosques a los alrededores. Todos los habitantes de aquel pueblo se reunieron rápidamente en un templo de gran altitud, seguidamente, entraron por la puerta mientras que un monje de larga barba lisa y pelo canoso, les instaba a que lo hicieran. Los temblores continuaron e incluso más intensamente. Todos, allí dentro, a través de las ventanas, pudieron ver cómo sus casas eran destruidas por los temblores y cómo muchos de los habitantes lloraban desconsoladamente ante tal escena. Sólo Jador, que alzó sus ojos hacia el cielo, pudo avisar a los demás de lo que había volando en él. Miles y miles de esferas, como si de ovnis se trataran, volaban a paso lento por el cielo, a gran altura pero lo suficientemente grandes y brillantes para ser vistas. 

Los temblores cesaron y ya sólo se oía un extraño zumbido por parte de aquellas esferas voladoras. Y al momento de traspasar aquella torre en la que se hallaban, se oyó un gran estallido que ilumino al completo aquel lugar. Acto seguido, asustados y con miedo de que hubiera pasado algo o que algún ser extraño pudiera atacarles. A paso lento, y a trompicones, llegaron hasta la zona de la explosión. Lo que sus ojos contemplaron no le dejó indiferente ni por asomo. Apareció de la nada un gran muro blanquecino, como si fuera un bloque de hielo gigante y macizo.

En el siguiente día de vida en aquel sueño, Jador era un hombre adulto, sentado al lado de aquel gran bloque de hielo, y en la noche oscura, esperando a que la luna se asomara por el cielo, reflejara su luz y de ahí poder sacar las esferas, pulirlas y finalmente llevarlas al mercado. Todo había cambiado, desde un momento que se pensaba que todo había sido una ruina y el fin de sus vidas, cambió al instante en que aquel bloque apareció. La visita de turistas intrigantes por el asunto y la venta de algunas esferas al por mayor las cuales no elegían a nadie, había hecho que el pueblo recibiera gran cantidad de dinero y que todo hubiera cambiado llegando al otro extremo.

En ese mismo instante Jador despertó, había vuelto al mundo real y estaba completamente sudando. Sophie estaba a su lado, sentada sobre la cama y con un vaso de agua para que pudiera refrescarse por las pesadillas. Jador, en aquella misma noche, había dado un vuelco a su vida nuevamente y sin pensarlo siquiera y mucho menos quererlo.