sábado, 10 de marzo de 2012

Cuarto libro. Capítulo 4: El otro lado. Batalla y vida real.

La batalla aún no había comenzado y Jador ya tenía todos sus sentimientos a flor de piel. Era capaz de oler la sangre de sus enemigos incluso sin haber llegado a atravesar con su espada a ninguno de ellos, pero ésa era la peculiaridad que él poseía como rey, era capaz de atacar de una manera imprevisible y totalmente veloz, llegando a asesinar con una precisión casi inhumana.
Llegó a la gran puerta junto a sus compañeros, esperando a que los enemigos la derrumbaran si eran capaces y comenzar a atacarles degollando cada uno de sus cuellos. La puerta dejó de resonar por los golpes y el silencio se hizo dueño de todos sus corazones, que no paraban de latir intensamente, la mayoría de ellos asustados, los de unos pocos, preparados. Un sonido comenzó a hacer hueco en aquel silencio, y pronto, lo hizo del todo con una explosión que pudo hacer trizas el gran portal. Con aquello, todos se daban cuenta de lo que se avecinaba y no era nada agradable. Una gran masa de esferas comenzaron a entrar y todas sujetas por los enemigos vestidos con grandes túnicas negras. Jador, como si le hubieran activado por algún sitio, comenzó a atacarlos y degollar por segundo.

Cada chorro de sangre emanada al instante y con esa temperatura, manchaba su piel blanca. Pero ese no era su objetivo, Jador estaba buscando cómo poder llegar hasta aquella silueta o eso que ocasionó que la puerta estallara en mil pedazos. Valiente, como su propia vocación le indicaba, salió afuera, exponiéndose al viento de aquel lugar invernal, y comenzó a buscar de entre todas las luces aquella silueta. 

Usando su mayor técnica de lucha, a la vez que asesinaba a sus enemigos, era capaz de observar un extraño cuerpo al fondo, un cuerpo de poco grosor y con un gran cabello largo. Como si un campo invisible estuviera, Jador chocó violentamente contra él, ocasionando una pequeña explosión que lo hizo desaparecer. Cayó al suelo blanco por la nieve, su espada se encontraba lejos de él, a dos metros. A punto estuvo de levantarse e ir a por ella, cuando dos enemigos alzaron sus espadas y le impidieron el paso.
La silueta que se encontraba a lo lejos avanzó a paso rápido hasta dónde se encontraba el chico. Se trataba de una mujer con unos rasgos finos y hermosos, un cabello que le llegaba por la cintura, liso y plateado y unos ojos verdes esmeralda. No poseía abrigo alguno, pero parecía ser que su piel le servía como tal, una piel gruesa y escamosa, plateada también. Abrió la boca, y dijo:

—Este es el rey, ¿no?

Su voz parecía estar rota, totalmente aguda y difícilmente audible. Aquella mujer alzó la mano a modo de silencio, y prosiguió por sí misma:

—Sí, lo es, lo noto en su mirada. Él es el rey y, ¿quiere despropiarme de tal poder que poseo?

Jador no abría la boca para nada, pensaba que quizá era lo mejor que podía hacer ante tal situación. Mientras, la mujer se acercó a él, lo olisqueó por un momento, y dijo:

—Mmm, parece ser que se trata de un chico joven… Sabéis que significa eso, ¿no amigos?—todos asintieron con la cabeza y continuó—. ¡A sangre fresca!

Acercó una de sus uñas bien afiladas al brazo, lo arañó y pudo apreciar la sangre tan roja y caliente que emanaba de aquel rasguño. Aquella mujer, retorciéndose de placer, pasó su fría lengua y absorbió un poco de sangre del chico. Jador decidió mantenerse quieto y callado, no sabía de quién se trataba, ni cómo podía actuar, por lo que prefirió dejar que continuara siendo ella para estudiarla. 

—Bien pues, teniendo al rey con nosotros, podremos atraer al poseedor de la esfera de este lugar y así podremos irnos a casa y continuar invadiendo lugares, ¿no? Aj, aj, aj —dijo mientras se alejaba del chico y se dirigía hacia su pequeño trono portable.
Jador se dio la vuelta para contemplar con mayor visión qué era lo que estaba sucediendo en el castillo. Ya apenas había estructura. Todo se estaba perdiendo y Jador sabía muy bien que si no sucedía lo mismo que sucedió en la vida real, toda la historia cambiaría y que el mundo podría quedar condenado para toda la eternidad. 

Su corazón latía con más intensidad al saber todo eso que podría suceder, pero decidió esperar, decidió mantenerse en la misma situación de antes para esperar a que algo pasara, un milagro, o que de verdad quien poseía la esfera de aquel lugar apareciera contraatacando a aquella mujer y la matara dejando todo intacto como antes. Sin embargo, nada ocurría. El castillo quedó totalmente derrumbado y todo muertos, la historia aún no había cambiado.

La mujer se levantó, con sus facciones totalmente distorsionadas a una mueca de enfado. Usando su peculiar voz, se quejó:

— ¡¿Dónde está?! ¡¿Por qué no ha venido a por él?! El castillo ya se ha derrumbado por completo y nadie queda vivo, ¡¿dónde está?!

—Señora…

— ¡Ah, sí! ¡Oh, no!—en ese mismo instante aquella mujer lo entendió todo. Prosiguió—. ¡Tú eres! 

Jador continuó en silencio, no sabía cómo reaccionar.

— ¡Tú eres quien debería haber atacado y haber defendido a sus compatriotas! Bueno, eso no me importa ahora nada, si estás solo, mejor para mí.

—No, no podrás conmigo, no podrás obtener mi esfera y largarte, ¡jamás!—se negó Jador.

—Ah, ¿no? Soy Oria, poseo todas las esferas del mundo, poseo tal poder que ni nada, ni nadie es capaz de enfrentarse a mí, y a ti te lo voy a hacer ver.

Oria desenvainó una larga espada casi cristalina y de gran tamaño, y a punto estuvo de atravesar el cuerpo del chico, cuando éste se apartó y quedó clavada en la nieve. Jador sabía que ése era su momento de atacar, por lo que salió corriendo a por la espada que tenía tirada en el suelo y se dispuso a luchar contra Oria. 

De nuevo espadas en el aire, e impacto entre ellas dos, notándose que la espada de Jador pudo atravesar hasta la mitad de la de Oria. Oria la desenganchó de la de Jador y atacó por debajo con intenciones de cortar sus pies, pero el chico saltó y evitó que pudiera acabar malherido. Oria atacó al frente, intentando que su espada atravesara el cuerpo de Jador, pero éste se echó para atrás y lo impidió, acto seguido, atacó a la espada por un lado y consiguió partirla por la mitad, dejando caer un buen trozo de ella al suelo. Oria, con gran enfado, consiguió introducir su espada en el pecho de Jador, sintiendo éste cómo el filo cristalino de ésta creaba una enorme cicatriz y lo atravesaba de espaldas. El frío penetro por la ranura haciendo que todo su interior quedara helado al completo y apenas pudiera moverse.
Oria dejó la espada en su interior y caminó hasta estar al frente de él. Una vez que lo estuvo, lo miró de arriba abajo y le susurró al oído:

—Ahora sabes quién soy, ¿no?

Se dispuso a poseer la esfera que había en su interior a través de la espada, pero no lo logró. Nuevamente estuvo intentándolo y parecía conseguirlo, una pequeña luz se asomaba a través de la herida, pero volvía a introducirse. Oria ya estaba aún más enfadada, su rabia era expulsada por su rostro que lo mostraba, además de sus fallidos intentos por conseguir la esfera de luz que había en el interior del chico.

Sin previo aviso, una gran explosión hizo que los cuerpos enemigos y el de Oria se expandieran hacia atrás y a gran distancia, haciendo que el chico desapareciera de aquel lugar y despertara de su terrible sueño. Estaba empapado en sudor y Sophie se encontraba a su lado con un vaso de agua y abanicándolo para que pudiera refrescarse. Jador la miró como pidiéndole ayuda, se acomodó rápidamente y la abrazó diciéndole:

—Te amo, Sophie, te amo con todo mi ser.

—Y yo, Jador, yo también te amo… No temas, estoy aquí contigo.



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