lunes, 2 de abril de 2012

Injusta venganza. Cuarto Libro. Capítulo 6. La vida real: El peligro es inminente


Jador experimentó una extraña sensación de miedo al saber todo aquello que estaba pasando y al percatarse que Oria, cada vez más y poco a poco, incrementaba su ira y su búsqueda. Cada paso que daba era una pequeña protección más de seguridad. Sabía más que nunca que de allí no podía salir, parece que se había sumergido en un sueño eterno del cual, vivía una intensa pesadilla y que no podía escapar de ella. Sin embargo, dentro de la misma pesadilla seguro que había escondites o refugios que le podían ayudar, pero ¿qué hacer en un mundo en el cual ya casi nada existe y poco a poco todo cae bajo el poder de Oria? Dolorosa pregunta se replanteaba Jador cada vez que oía un grito o una explosión.

Continuó paso a paso hasta llegar a algo lo más parecido y similar a lo que fue un pequeño pueblo. Todas las pequeñas casas estaban derruidas, y los charcos de sangre baño de sangre bañaban todas las calles creando pegotes en el suelo. Jador sabía más que de sobra que aquel lugar lo más seguro es que tuviera completamente inhabitado de gente, que Oria o sus secuaces ayudaran a que toda persona renegada del nuevo poder, quedara muerta. Jador continuó su paso hacia adelante y decidió llegar hasta lo más profundo de aquel pueblo por si encontraba alguna habitación en condiciones. Finalmente llegó a una pequeña habitación que no había sido completamente destrozada y que aún mantenía una pequeña cama aunque ésta estuviera llena de polvo y trozos de madera. Jador la limpió lo mejor que pudo, la destapó y se introdujo dentro de ella, esperando a que se hiciera de día y poder continuar con su caminata así sin poder estar a los ojos de Oria. 

Las explosiones aún continuaban pero cada vez eran menos intensas y su sonido más lejano. Parecía ser que se dirigían hacia otro lugar o igual ya era hora de descansar, mañana podía servir para continuar con la invasión del nuevo poder. Jador iba cerrando sus ojos, el sueño le estaba ganando en una dura batalla por mantenerlos abiertos y estar alerta ante cualquier situación.
 Unos pasos le advirtieron. Rápidamente abrió los ojos y pudo oír unos pasos que se acercaban a paso lento, a la vez que se podía notar la dificultad de estos al andar entre tantos escombros. Una sombra oscura similar a la de una capa en movimiento hizo que Jador pusiera todos sus sentidos en alerta y al tanto de que se podía tratar de unos de esos seres poseídos al completo por la esfera y que iba en su busca. Jador se tapó aún más con las sábanas, como si con ellas pudiera volverse invisible y evitar ser visto. La sombra reapareció y esta vez justo en frente de él. La oscuridad le impedía ver si había alguien, pero su olfato, incrementado gracias a un deseo realizado por la esfera, detectaba la presencia de alguien.

Durante unos segundos, Jador podía notar que su corazón latía con tanta intensidad que temía que lo oyera su enemigo y pudiera encontrarlo. El silencio le permitía oír cómo olisqueaba en busca de algún ser viviente y humano. Jador contenía incluso su propia respiración, y sabía que estaba a escasos metros de que pudiera encontrarlo y a saber qué más. Cuando parecía que no encontraba nada relevante y se marchaba, Jador suspiró suavemente intentando dejar soltar sus nervios por la boca y fue entonces cuando se dio cuenta de que lo hizo tan fuerte, que aquel ser lo pudo captar y darse la vuelta con tanta velocidad y llegar tan deprisa a su cuello con las manos, que ni apenas se dio cuenta. Con su siseo extraño y bastante audible, dijo:

—Veo que te escondes bien, ¿no? ¿Qué pensará Oria sobre todo esto? Sobre un supuesto rey que se esconde, que huye. 

—No pensará nada, me marcharé por dónde he venido y ni tú, ni nadie me lo podrá impedir.

— ¿No?

Al instante el suelo comenzó a temblar intensamente. De tal manera era aquel terremoto que las paredes cayeron a los lados y el tejado con ellas. Jador notó cómo la brisa nocturna penetraba aquel calor que residía en la habitación. Todo estaba muy bien iluminado por miles de esferas y Jador podía apreciar el rostro de disfrute y placer que tenía aquel ser por mantenerlo con sus manos al cuello y por haberlo encontrado, estaba cien por cien seguro que pensaba que con ello Oria lo elevaría a otro nivel al haberlo encontrado. 

Tan rápido como pensó en ella, Oria apareció de la nada, de entre las esferas y a un paso bastante lento, contoneando sus curvas y demostrando al mundo quién era ella. Sus ojos estaban completamente fijos en él, en ellos se notaba la intensidad de un cierto brillo por ante tal objetivo bien alcanzado. Una vez en frente de Jador, le dijo con sarcasmo:

—Ya veo que eres un gran rey, digno de ser envidiado por todos.

— ¿Qué vas a hacer ahora? Me matarás como a todos, ¿verdad?—preguntaba Jador dejando bien clara la futura respuesta.

—Sí, te mataré, pero no antes sin haber absorbido la esfera que llevas en tu interior, ¡es tan difícil!—se quejaba Oria mientras posaba una de sus manos sobre el pecho de Jador.

Oria comenzó a poner extrañas muecas, entre placer y dolor. Jador notaba cómo una extraña fuerza invisible comenzaba a emanar de su cuerpo, y con ella, toda fuerza y posibilidad de esperanza de vida.

No podía hacer absolutamente nada. Estaba perdido, sumido en aquel sueño tan intenso, perdiendo la vida que le quedaba y habiendo fracasado de aquella manera. Un rey, la única esperanza de que Oria desapareciera y de que el mundo se salvara, ¿cómo podía ser que él fuera aquel rey con el que soñó? Verdaderamente no lo era. La historia se repitió y con un motivo realmente aparente: Las esferas comenzaron a ser famosas, y ellas elegían a su portador, parecía ser que el portador se trataba de alguien fácilmente manipulable, alguien con poca fuerza de voluntad, capaz de dejarse engañar y engatusar. Como aquello ocurría, las esferas eran una fuerza mística negativa y negra. Poco a poco, los elegidos usaban mal sus poderes y hacían crear a una sola raza, la raza de “los poseedores de las esferas, los elegidos”. Pero algo pasó, una esperanza ocurrió, un rey apareció de la nada, salvando al mundo, obteniendo la mayor esfera jamás encontrada, la mayor esfera que tanto deseó Oria obtener para así poder tener el mundo a sus pies. Oria no pudo tenerla, y aquel rey ganó la batalla de su vida. Hasta hace años, cuando Jador obtuvo una esfera. Se pasó de la raya unas cuantas veces y casi acabó con el mundo por completo, pero finalmente ocurrió lo que debía pasar… Jado obtuvo la mayor esfera dentro de él, y sin embargo, la mayor parte de ella desapareció por haber sido tan irresponsable. Como castigo, volvió a revivir todo lo ocurrido y llegó a ser rey, sin preverlo, perdió todo lo que le quedaba y cualquier esperanza. Ya no era poderoso, ya no era rey, ya sólo se trataba de un muchacho que tenía una gran esfera en su interior y que Oria deseaba sacar al exterior para ella.
Los esfuerzos de la nueva reina del mundo no eran en vanos. Pero algo pasó… A punto de conseguir la esfera que había en su interior y así poseerla, una gran explosión hizo que todo se iluminara y desapareciera a la vez. 

Jador apareció en su cama, tras haberle despertado delicadamente los rayos de sol filtrados por las cortinas y tras haber recibido un beso de su esposa. Jador no podía explicarse nada, estaba totalmente confuso y perdido. ¿Oria había conseguido la esfera? Igual por ello había conseguido llegar al presente actual y por fin abandonar toda aquella historia. 

Se levantó de la cama, observó la calle y se percató de que algo iba ya mal. Al fondo, a lo lejos, en el cielo despejado y azulado, una extraña esfera gigantesca, blanca y muy brillante, atravesaba el cielo y a paso lento. Se trataba de aquella esfera que salió de Jador.

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