miércoles, 25 de enero de 2012

Cuarto libro. Capítulo 1: El otro lado.

Aquella mañana, Jador despertaba a su esposa con un gran desayuno, decorado con pequeños detalles y pétalos de flores. El ambiente que se respiraba en aquella habitación la cual estaba bien iluminada por los rayos solares que penetraban tras los pequeños filamentos de las cortinas, era bastante agradable y muy pacífico. Durante años atrás hasta ese mismo instante todo el miedo que Jador pudiera tener, simplemente desapareció. Vivía con una mujer realmente fascinante, y con la compañía de dos hijos bastante guapos e inteligentes, además de habitar una casa de grandes dimensiones y con un aroma extrañamente dulce que la inundaba todos los días. Jador era otro, era otro hombre, un hombre que pasó por miles de situaciones y que finalmente consiguió lo que quería, vivir medianamente en el anonimato y llegar a ser una persona más habitando este planeta.

Sonrió totalmente feliz ante la fascinante mirada que su esposa le echó al recibir aquel desayuno como primer regalo por aquel día tan especial para ella. Cumplía 32 años. Jador estaba dispuesto a darle uno de sus mejores días, siendo en la calle o en la casa, pero sobre todo, que fuera familiar y alegre, feliz. Sophie engulló las tostadas y la taza de café de una manera sorprendente, jamás Jador vio una cosa igual por parte de ella. Al terminar, sus hijos los esperaban abajo, sonrientes, sentados en el sofá y con un regalo en sus manos. Sophie, mientras echaba su pelo hacia atrás, le daba dos enormes besos a sus hijos y a continuación, abría los paquetes de regalo como si de una niña pequeña se tratara. Un radiante vestido, con pedrería brillante por los hombros, de un color blanquecino y por la parte trasera constituida por hilos como si de medio corsé fuera, pudo abrir y quedar sorprendida. Sus ojos brillaron de intensidad, y al momento, salió pitando hacia el cuarto de baño para probárselo. Jador acudió hacia sus hijos y les acarició el pelo como modo de agradecimiento por ser ellos quienes se lo dieran. Ipso facto, Sophie salió del baño con él puesto, con unos pasos casi de modelo mientras caminaba por el pasillo principal de su casa. Deslumbraba como nunca, incluso sin estar peinada y maquillada, le quedaba el vestido como anillo al dedo. Su esposa corrió hasta él y le besó intensamente a la par que se abrazaban.

Más tarde, casi a la noche, Jador ya había llamado a una niñera para que él, junto con su querida esposa, salieran para estrenar dicho vestido y terminar de celebrar aquel día tan especial para ellos dos. Y en efecto, aquello pasó. Salieron a cenar a un restaurante, y todo eso para Jador era una vida normal  y corriente, simple, quizás algo aburrida a veces, pero agradable y con tranquilidad, sin ningún miedo, con esto Jador se sentía tremendamente bien, como si de un pirata al descubrir un tesoro se tratara.

Al terminar y estar de regreso en casa, los dos pasearon en aquella noche de verano, a la luz de la lumbre y abrazados por la oscuridad. Solos, en su propio mundo y nadie más. Ya se aproximaban a la casa. Abrieron la puerta de la calle con las llaves, y acto seguido, se dirigieron hacia una pequeña esquina en la que jamás pasaba nadie y que la oscuridad les ocultaba de los ojos ajenos. Sophie comenzaba a besar a Jador de manera intensa, tocando todo su cuerpo y rasgando su ropa para poder palpar su piel. Jador hacía lo mismo pero centrándose principalmente en agarrar una pierna y con la otra mano, tocar los pechos de ella. Sabía que no se podía hacer eso, pero querían, lo deseaban, eran dos niños pequeños experimentando en un lugar público, siendo víctimas del morbo. Sin hacer mucho ruido, y evitando cualquier gemido, los dos pudieron se pudieron liberar sexualmente, haciendo que aquel día terminara mejor que bien y Sophie tuviera un cumpleaños que jamás pudiera olvidar.

Llegaron ya a la casa, vieron que sus hijos estaban dormidos, pagaron a la niñera y se dirigieron hacia sus habitaciones. Tras desvestirse, cepillarse los dientes y darse las buenas noches, fue cuando Jador volvería al pasado, cuando Jador, que estaba viviendo un presente realmente precioso, como en un sueño, volvería de regreso al pasado y se enfrentaría a una de las peores y últimas etapas de su vida. Si aquella noche no hubiera cerrado sus ojos, podría continuar con su esposa, y con sus hijos, y si aquella noche no hubiera cerrado sus ojos para introducirse en sus sueños y llegar a ese mundo particular, Jador jamás habría sufrido lo que le quedaba por sufrir y simplemente haber vivido con Sophie y sus hijos hasta morir.
Bien pues, la vida del chico o mejor dicho, hombre no era tan genial ni tendría un final tan favorable y merecedor. No era normal que la esfera desapareciera sin más y mucho menos que una gran bola brillante y blanquecina, viajante del universo, apareciera ante sus ojos y luego se esfumara, no era nada normal, y por ello alguna explicación debía tener.
Jador cerró sus ojos, mientras que la habitación estaba a oscuras y podía tocar el cuerpo de su mujer para así conciliar un mejor sueño. Todo se iba apaciguando, todo se iba calmando, silenciando, apagando… Todo se iba alejando del mundo real, pasaba por la fase rem y llegaba al mundo de los sueños, ya fueran pesadillas o no.

Jador despertó. El aroma a una salsa extraña, como oriental, más el calor del arroz recién hecho, le causaron tal efecto. Sus ojos pudieron observar que la habitación en la que se hallaba era totalmente de madera, muy pequeña y con el aire demasiado condensado. El idioma que oía le era totalmente familiar pero notaba una cierta diferencia. Al momento una mujer oriental entró por la puerta y con dos cuencos de arroz mientras que el vapor se iba alejando del plato poco a poco. Jador se dirigió hacia un pequeño espejo que había al fondo del lugar, y pudo percatarse, para su sorpresa, que se trataba de un niño oriental, con una buena barriga y una papada que le impedía ver el cuello, además de unos ojos rasgados y una cabeza rapada. No entendía absolutamente nada, no sabía qué estaba pasando, pero decidió continuar con ese sueño, a ver qué pasaba.
La mujer oriental volvió a entrar, lo cogió, lo besó en la mejilla y poniendo una cara casi inapreciable debido a su tamaño, a los ojos rasgados y a la expresión de afecto, lo sentó a su lado y comenzaron a comer con los palillos. A la vez que el chico no entendía nada, era capaz de hablar en el mismo idioma y de comer con esos utensilios sin ningún problema, como si de toda la vida hubiera sido oriental.

Al segundo día de aquel sueño, Jador despertó con un extraño ruido y un fuerte temblor que hacía mover su cama. Aquella mujer, que se suponía ser su madre, acudió en su búsqueda de inmediato, y lo sacó afuera de la casa para evitar cualquier daño físico. Jador pudo apreciar el lugar: era un pequeño pueblo, con diversas casas de muy poco tamaño, todas similares a las que tuvo en ese extraño sueño en el cual aparecía aquel ser, además de extensos campos y bosques a los alrededores. Todos los habitantes de aquel pueblo se reunieron rápidamente en un templo de gran altitud, seguidamente, entraron por la puerta mientras que un monje de larga barba lisa y pelo canoso, les instaba a que lo hicieran. Los temblores continuaron e incluso más intensamente. Todos, allí dentro, a través de las ventanas, pudieron ver cómo sus casas eran destruidas por los temblores y cómo muchos de los habitantes lloraban desconsoladamente ante tal escena. Sólo Jador, que alzó sus ojos hacia el cielo, pudo avisar a los demás de lo que había volando en él. Miles y miles de esferas, como si de ovnis se trataran, volaban a paso lento por el cielo, a gran altura pero lo suficientemente grandes y brillantes para ser vistas. 

Los temblores cesaron y ya sólo se oía un extraño zumbido por parte de aquellas esferas voladoras. Y al momento de traspasar aquella torre en la que se hallaban, se oyó un gran estallido que ilumino al completo aquel lugar. Acto seguido, asustados y con miedo de que hubiera pasado algo o que algún ser extraño pudiera atacarles. A paso lento, y a trompicones, llegaron hasta la zona de la explosión. Lo que sus ojos contemplaron no le dejó indiferente ni por asomo. Apareció de la nada un gran muro blanquecino, como si fuera un bloque de hielo gigante y macizo.

En el siguiente día de vida en aquel sueño, Jador era un hombre adulto, sentado al lado de aquel gran bloque de hielo, y en la noche oscura, esperando a que la luna se asomara por el cielo, reflejara su luz y de ahí poder sacar las esferas, pulirlas y finalmente llevarlas al mercado. Todo había cambiado, desde un momento que se pensaba que todo había sido una ruina y el fin de sus vidas, cambió al instante en que aquel bloque apareció. La visita de turistas intrigantes por el asunto y la venta de algunas esferas al por mayor las cuales no elegían a nadie, había hecho que el pueblo recibiera gran cantidad de dinero y que todo hubiera cambiado llegando al otro extremo.

En ese mismo instante Jador despertó, había vuelto al mundo real y estaba completamente sudando. Sophie estaba a su lado, sentada sobre la cama y con un vaso de agua para que pudiera refrescarse por las pesadillas. Jador, en aquella misma noche, había dado un vuelco a su vida nuevamente y sin pensarlo siquiera y mucho menos quererlo.


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