domingo, 4 de septiembre de 2011

Segundo Libro. Capítulo 11: Una muerte.

Ya nadie le recordaba. Había muerto para el mundo y el mundo lo estaba para él. Todo cuando deseaba o necesitaba lo hacía usando la esfera mediante deseos de poca magnitud. Nada lo motivaba a ser como antes o a cambiar su vida. Estaba muy tranquilo, no tenía problemas de nada y el único causante que se los creaba, ya estaba muerto. Ningún problema había.

Aquel día, un día bastante soleado y despejado, a pesar de hacer mucho frío, Jador estaba bastante frustrado, sabía que algo faltaba por hacer para que pudiera estar tranquilo para siempre. A su mente no paraba de llegar un nombre como si de un mensaje de texto se tratara: Hiris, Hiris, Hiris. Todo el rato, y sin parar. Sabía que debía verla, a pesar de todo lo que había sucedido, en los últimos meses con todo el lío sobre las actuaciones y conciertos Jador y ella volvían a ser muy amigos a pesar que la chica no pudiera recordar nada de lo ocurrido. El chico sabía que debía hacer algo para que pudieran verse nuevamente, o para que pudieran hablar por última vez antes de no verla nunca más.

No tenía ningún número de teléfono para poder contactar, ni ninguna red social en la cual ella estuviera y pudieran hablar para quedar, pero sí una esfera que cumplía deseos. Jador acercó la esfera a sus labios y cuando estuvo en disposición para poder pedir el deseo y que Hiris apareciera pegando en su puerta, pensó mejor, y no lo hizo. Pensó que si no lo hacía era lo más conveniente para los dos. Algunas cosas en la vida tenían que seguir su curso sin ser tocadas por magia u hechizos de esferas con deseos. Así pues, Jador dejó la esfera quieta en un lado del salón y se sentó mientras continuaba tomando su taza de café y observaba la televisión.

Los días pasaron, y Jador continuaba con su vida aburrida y rutinaria. No hacía nada, ni quería. Sabía que aunque hubiera muerto para el mundo, si aparecía en algún lado con una multitud de personas, la gente lo reconocería y lo abuchearían o al menos lo acosarían hasta poder desaparecer del lugar. Así con ello, se mantuvo encerrado en su casa, una pequeña casa situada en aquel bosque de grandes hectáreas, con el único sonido más tranquilizador del mundo: el de las aves, el de las hojas, el del viento  y el de la paz en su vida. Uno de esos lugares típicos, en los cuales, algún famoso se instala para recibir algo de relax y tranquilidad en su vida, uno de esos Jador lo compró y nadie más sabe dónde está, sólo él. A veces veía la televisión, otras visitaba el bosque siempre con la ayuda de un mapa para regresar a su casa, y otras, ponía música alta sin que nadie pudiera oírlo, sólo para bailar hasta caer en el suelo y poder soltar nervios sin más. Aún hacía lo mismo de siempre, se sentaba en un lado de la casa y recordaba todo lo que había pasado en su vida, desde que era pequeño, adolescente mientras le ocurría todo aquello en el instituto con ese grupo de indeseables, hasta todo lo que había sucedido en su adultez llena de fama y ruina.

A pesar de todo, los días continuaban pasando hasta que llegó el 14 de ese mismo mes, un día bastante grandioso, pero terrible para Jador. Llamaron a la puerta, y Jador se sobresaltó pensando que podría ser otra persona que lo quisiera muerto sólo por sus ganancias. Se dirigió hacia ella, con cuchillo en mano y la abrió lentamente quitando cada pestillo por minuto. Cuando lo hubo hecho, vio de quien se trataba y sus ojos se iluminaron a la par que el cuchillo caía al suelo y Jador no era consciente de ello. La chica se quedó sorprendida al ver el aspecto físico de Jador, se agachó, cogió el cuchillo, y con una gran sonrisa, se la devolvió al ex famoso.

Era Hiris. En todo su esplendor y belleza, era ella. Su mejor amiga desde la infancia pero con una memoria perdida por el camino por culpa de Jador. Jador creó una mueca persistente de sorpresa y emoción, a lo que Hiris intentó hacerlo cambiar con una pregunta:

— ¿Cómo estás?

Jador continuaba exactamente igual, pero soltando el cuchillo nuevamente. Tras unos segundos cuando notó que su boca se estaba quedando seca, contestó tartamudeando:

—B-bien, l-la verdad. ¿Y t-tú?

—Aj, aj, aj. Muy bien Jador, menos mal que he dado con tu casa, ¡Dios!

—Ya… Y-ya veo… ¡Pasa mujer!—contestó Jador un tanto contento y eufórico por verla.

La chica entró en la pequeña casa, y Jador cerró la puerta. Tras aquello, los dos se sentaron en el sofá y el chico le ofreció una taza de café, a lo que Hiris aceptó con una grata sonrisa. Durante unos minutos tomaron café y además hablaron de todo tipo de cosas, sobre todo de Hiris y su entorno, la chica le contó cómo iba todo ajeno a Jador. Nadie lo tenía en cuenta, y eso a Jador no le afectó porque ya lo sabía. También le contó lo que los demás miembros del equipo estaban haciendo, y es que estaban buscando un sustituto rápidamente para ocupar el puesto pasado de Jador, algo que le produjo mucha risa y con lo que los dos hablaron con más comodidad y tranquilidad. Tras unos cuantos sorbos, Jador se acomodó en el sillón y le preguntó:

—Oye Hiris, ¿no me recuerdas de hace muchos años?

— ¿Cómo que de hace muchos años?—respondió mientras reía.

—Sí, de cuando por lo menos tuvieras… 17 años.

—Mmm, que yo sepa no, Jador.

— ¡Oh venga ya, Hiris! ¡Me tienes que recordar por fuerzas!—exclamó mientras se levantaba del sillón y se acercaba a ella.

—Que no, Jador. Que no. Que no te recuerdo de nada del pasado—contestó Hiris a la par que se iba asustando un poco.

— ¡Hiris, Hiris, mírame a los ojos!—exclamó mientras la agarraba del cuello, y continuaba—. Te perdí hace mucho tiempo por mi propia culpa, porque tengo una esfera que cumple deseos, y deseé que no nos viéramos nunca más en la vida porque no me reconociste en Málaga.

— ¡¿Qué?! ¿Una esfera de deseos? ¿Qué Málaga? ¡Yo soy de Madrid!—contestaba Hiris mientras se levantaba de la silla y comenzaba a alejarse de Jador.

— ¿Cómo que de Madrid? Tú eres de Málaga, como yo. Tú eras mi mejor amiga cuando éramos pequeños, pero mis padres se trasladaron a Madrid y yo me tuve que ir con ellos, perdiendo de esa manera tu amistad para siempre—dijo Jador mientras acariciaba el brazo de Hiris y ésta se aparataba como si de un psicópata fuera.

— ¡¿Qué dices, Jador?! No me asustes, ¡no me gustan las bromas, joder!

— ¡¿Qué bromas, ni que bromas?! Para que me creas, tu nombre verdadero es Gloria, no Hiris, Hiris es un nombre que nos pusimos. ¡Mira tu DNI! ¡Debe poner Gloria, por fuerzas!

— ¿Conque Gloria, no?—preguntaba Hiris con sorna a la vez que buscaba el DNI en su cartera. Al encontrarlo, se lo mostró a Jador y dijo—. ¡Mira mi DNI, imbécil! Me llamo Hiris de siempre, de toda la vida, ¡jamás me he llamado Gloria! Estás loco, estás muy mal, me voy.

— ¡No, no te vayas Hiris!

Pero no pudo cogerla, Hiris había salido de la casa y Jador ya iba en su busca, al darse ésta cuenta, salió corriendo en una dirección prohibida sin que ella lo supiera. Jador corría y corría tras ella, intentando advertirle de que parara, que no podía ir por ahí.

Aquellos segundos contiguos fueron los peores de su vida. Oía cómo Hiris gritaba mientras que su voz se alejaba lentamente, y cómo había caído por un precipicio a gran altura. Otra muerte caía en sus manos, y esa vez sin razón. Jador supo que la esfera no le devolvió nunca nada, jamás le devolvió a su amiga Hiris, jamás. La esfera no hizo absolutamente nada. Aquella Hiris era de nombre verdadero y propio, y era una esteticista que nació en Madrid y que jamás apareció en la vida de Jador. El chico, sólo por oír el nombre, ya supuso que era ella su amiga, cuando no era así.

Tras aquel día, decidió no abrir su puerta a nadie más. Decidió encerrarse en su habitación y no salir para nada, alejarse de todo lo existente para siempre. 

14, marzo, 2018


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